sábado, 9 de enero de 2010

Las cosas han cambiado mucho. Son muy pocos los que piensan que la razón puede hacer más feliz a la gente. El deseo de saber ha retrocedido, ahora se trata, sobre todo, de estar entretenido, de pasarlo bien. No es que la razón o la inteligencia no sean admiradas. Pero no son consideradas tan interesantes como pueden serlo el sexo, la comida, el baile; los goces del cuerpo.
Esta época está dominada por el vitalismo y cierta hostilidad hacia la razón. Un secreto rencor pues la razón no cumplió sus promesas. Entonces se reivindica lo natural.
Ahora bien, resulta curioso, pero, de hecho, hay una cierta afinidad entre Auschwitz y el muro de Berlín. Ambos fueron construidos deliberadamente, de manera planificada, científica, en la expectativa de que a su manera, cada uno posibilitaba un mundo mejor, pues así se lograba controlar lo peligroso amenazante: el judío que contamina, el capitalismo que corrompe. Ambas construcciones materializaban una razón de estado supuestamente anclada en la búsqueda de la felicidad y el desarrollo humano. Claro que el nazismo buscaba la gloria de los arios y el socialismo tenía como ideal el conjunto de la humanidad. No obstante esa razón de estado era finalmente un mito opresivo.
La idea de que la razón por si misma nos puede hacer felices es pues una fábula que termina en mutilaciones y muerte. Pero la idea de que la vida puede lograrse abandonándose a la espontaneidad de su naturaleza es otra fábula que acaba también en ríos de sangre.

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