domingo, 4 de julio de 2010


Sin duda alguna la festividad que mas me gusta de mi país es el día de muertos, tenemos una relación con la "calaca", "la huesuda", "la flaca", "la no me olvides", "la dientona", "la pelona", muy especial. Octavio Paz define muy bien la relación que existe entre los mexicanos y la muerte al decir en su obra El laberinto de la soledad que: " Para el habitante de Nueva York, París o Londres, la muerte es la palabra que jamás se pronuncia, por que quema los labios. El mexicano en cambio, la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente".



En esos días no hay luto, no hay tristezas y pocas lágrimas, esos días hay recuerdos, música, flores, dulces y muchos colores. Se hacen unos altares a la gente que ya falleció y se pone una foto del difunto y las cosas que mas le gustaban en vida, la comida, la bebida, los cigarros y si son niños, los juguetes, por que se supone que ese día regresan para estar con las familias.


Los cementerios son un espectáculo digno de ver, por la noche hay millones de flores y velas y la gente se queda toda la noche en el cementerio, comiendo, bebiendo y por supuesto cantando, es hermoso.

Nunca he visto nada tan magnifico, con tanto sentimiento y espiritualidad, tan arraigado en nuestra cultura y con tanta vida festejando a la muerte
día de muertos

En México no nos morimos, en México nos "petateamos", "nos lleva la calaca", "entregamos el traje", "colgamos los tenis", "nos pelamos", "estiramos la pata", "chupamos faros" "nos entiesamos",



Elementos del Altar

Para que el ritual en memoria de los difuntos se lleve a cabo es importante que la ofrenda contenga una serie de elementos y símbolos que invitan al espíritu y facilitan su viaje desde el mundo de los muertos.


La ofrenda suele ser una gran tradición en México. Dependiendo de su tamaño se utiliza una repisa, consola, mesa o inclusive una habitación; utilizando como base cajas de madera, sillas, mesas, pacas, ladrillos, etc.


Los niveles

Representan los estratos de la existencia, variando en cada región y la idiosincrasia

  • Altares de dos niveles: representan el cielo, y la tierra.
  • Altares de tres niveles: representan en orden descendente el cielo, el purgatorio y la tierra. También puede representar el cielo, la tierra y el inframundo, según la tradición azteca; y las tres divinas personas según la tradición católica. También representan el cielo, el purgatorio y el infierno según otras versiones.
  • Altares de siete niveles: representan los siete niveles para llegar al cielo, al purgatorio y a la tierra o bien al infierno, según la tradición católica.

La ofrenda depende del estado en que se coloque o municipio ya que cada uno tiene sus costumbres y modos o formas en la que se puede colocar. Los altares de 7 niveles representan los pasos que hay que dar para llegar a los 7 cielos en el entonces en que se creia que existían.


La imagen del difunto

Se coloca una imagen, pintura o fotografía del difunto al que se honra en la parte más alta y destacada del altar. Según la religión o idiosincrasia, también se colocan los retratos de espalda y frente a ellos un espejo, para que así el difunto sólo pueda ver el reflejo de su deudo y el deudo vea el reflejo de su difunto, simbolizando la pertenecía de ambos los dos.


La cruz

En todo el altar se colocan simbolismos referentes a la cruz, la cual es elemento agregado por los evangelizadores españoles con el fin de incorporar el catolicismo entre los naturales y en tradición tan arraigada como era la veneración de los muertos. Una cruz se coloca en la parte superior del altar a un lado de la imagen del difunto. Se coloca una cruz pequeña de sal en el altar que sirve como medio de purificación de los espíritus, y una cruz de ceniza que le ayudará al espíritu a salir del purgatorio.


Copal e incienso

El copal es un elemento prehispánico que limpia y purifica las energías de un lugar y de las personas que lo utilizan, se coloca en un brasero y purifica el ambiente para los espíritus esperados. Elincienso es un elemento colombino que al igual que el copal purifica y santifica el ambiente, quemándose en un incensario. Se pone en el último nivel del altar para guiar al difunto en su regreso a la tierra.


Arco

El arco o marco adornado que se ubica en la cúspide del altar simbolizando la entrada al mundo de los muertos. Adornados también con limonarias y flores de cempasuchil.


Papel picado

El papel picado es una representación de la alegría festiva del día de muertos y del viento.

Velas, veladoras y cirios del altar

Las velas, veladoras y cirios sirven como luz guía a este mundo. Por tradición se colocan velas, veladoras y cirios de color morado (símbolo de duelo) y blancas (símbolo de pureza). Cuatro cirios se colocan en alusión de los puntos cardinales. Las veladoras se extienden a modo de sendero para llegar al altar. Las velas y demás veladoras se colocan sobre candeleros morados repartidas en todo el altar siempre en un número par. Las velas, veladoras y cirios con luz son la clara representación del fuego.


El agua

El agua es de suma importancia y tiene múltiples significados. Refleja la pureza de las almas, es reflejo del ciclo continuo de la regeneración de la vida y la muerte y promesa de fertilidad en la vida y en la siembra. Se coloca un vaso de agua fresca para que el espíritu refresque sus labios y mitigue su sed después del viaje desde el mundo de los muertos. A la vez se coloca un aguamanil o jícara con agua, junto a un jabón, una toalla y un espejo para el aseo personal de los muertos.


Las flores

Las flores fungen como ornato en todo altar y sepulcro. La flor de cempasuchil es uno de los elementos más importantes de los altares, además de ornato la tradición indica que su aroma sirve de guía a los espíritus en este mundo.

"La Catrina".


Las calaveras

Las calaveras son alusiones a la muerte que siempre esta presente. Son coloridas calaveras de azúcar, barro, chocolate y yeso con adornos de colores, de fuerte influencia barroca, gustan por su rico sabor y olor.


Comida

Se prepara puro chocolate oscuro en la mesa principal y se coloca comida al agrado de los fallecidos, se cocinan desde días antes los platillos tradicionales como: tamales, mole, arroz, calabaza en tacha, etc. para que los muertos puedan disfrutar de su esencia. La comida no es únicamente para el alma visitante, sino para los deudos, quienes festejaran con ella y algún visitante irreconocible, por lo general algún alma que no tiene quien la recuerde.


El pan

El pan representa la generosidad del anfitrión, y el regalo de la tierra misma. Existen múltiples variantes en su elaboración, como lo son los panes en forma de “muertitos” de Pátzcuaro y de la selva potosina y en el centro de México se acostumbra el pan de anís en forma de domo redondo, adornado con forma de huesos en alusión a la cruz y espolvoreado de azúcar.


Bebidas alcohólicas

Algunos altares contienen bebidas alcohólicas como jarritos con tequila, vasos con trago o agua que le gustaban al difunto.


Objetos personales

Los objetos personales son artículos pertenecientes en vida a los difuntos y se colocan en el altar para que el espíritu pueda recordar momentos de su vida. En el caso de que el difunto sea el espíritu de un niño suelen colocarse juguetes en el altar.


Los adornos

Infinidad de adornos alusivos a la muerte han surgido del arte popular mexicano y se han agregado al altar de muertos. Figuras con cuadros de entierros, velorios o cementerios, o representando escenas de la vida cotidiana con esqueletos como personajes realizados en figuras de alfeñique, cartonería, madera, barro o yeso, son típicos de la fecha, así mismo como hermosos arreglos frutales o florales.

También en muchos altares se incluyen cadenas elaboradas con papel crepé, de color morado y amarillo, un eslabón de cada color, alternandos. El morado representa la muerte y el amarillo la vida, por lo que con este adorno queda representada la delgada línea existente entre la vida y la muerte.


Festejo

Comienza cuando una persona de la casa enciende las velas del altar susurrando los nombres de los difuntos, se reza pidiendo el favor de Dios para que lleguen con bien, los familiares se sientan a la mesa y comparten la comida preparada para el festín, escuchando música del agrado, se habla sobre las novedades de la familia, se recuerdan anécdotas del difunto y se pide por la intercesión del difunto a Dios.

El festejo es un reencuentro, aunque breve, feliz, con la promesa de alcanzarlos en el más allá, llegado el momento.

Al termino se apagan las veladoras y se despide al los espíritus, deseándoles buen viaje de regreso al más allá y pidiéndoles que retornen el próximo año.



La muerte es una "fiesta" en la idiosincracia del mexicano

La cultura mexicana, afianzada en su identidad particular, no distingue entre la vida y la muerte. Todo es vida y la muerte es parte de ella, y no parte final, sino el inicio perpetuo. Todos trascendemos la muerte, porque la muerte nos precede. Sin la muerte de nuestros antepasados no tendríamos vida propia.

Lo que en occidente se llama ‘muerte’, en México es visto como parte de la vida, continuidad, permanencia y renovación, por eso aún el Día de los Muertos, tiene connotación de fiesta, no de un momento de dolor.

Como decía un poeta indígena: “todos tendremos que ir al lugar del misterio”. Para Carlos Fuentes: “si la muerte es inevitable, no puede ser mala” y quizás por ello, los mexicanos se relacionan con ella con mayor frescura y desinhibición dentro de su cultura. Este fenómeno no es generalizado en los otros países latinoamericanos.

Para el mexicano, todos los vivos, cargamos la muerte con nosotros y es nuestra compañera de viaje. Nos alerta ante el peligro y nos recuerda en cada momento nuestra naturaleza perentoria y limitada.

Por ello resulta tan relevante la sobrevivencia y el creciente auge que tiene cada año la celebración del Día de los Muertos, porque con ella nos revelamos, nos revaloramos, reconocemos en nuestras sólidas raíces indígenas el legado que nuestros descendientes continuarán ofrendando a nuestros muertos, para continuar viajando en el interminable camino de la vida, que, con la muerte, sólo significa un cambio de ciclo renovador.

Epoca prehispánica

Desde el inicio de la humanidad, el hombre emprendió un camino en su proceso cultural, y de alguna manera, al mismo tiempo nació su preocupación por la muerte, que ha sido una constante en el pensamiento humano. La muerte es el misterio de la existencia humana. Un misterio que va unido a lo desconocido, que ha intrigado al hombre y le ha causado miedo. “Al no poder explicar satisfactoriamente el hecho natural de morir, el hombre ha creado una elaborada y complicada cosmogonía, en la que la muerte misericordiosamente deja a un lado su función terminal, para convertirse en una esperanza.

Esperanza de una vida posterior en la que se continúa existiendo y en la que la muerte es simplemente el instrumento que transforma cualitativamente la existencia.

Dentro del ámbito mesoamericano (del área de México, América Central y las Antillas) florecieron importantes culturas. Todas crearon cosmogonías interesantes y relevantes sobre el cotidiano hecho de morir. Sin restarle méritos a ninguna, es importante hablar de las diversas concepciones de la muerte en el pensamiento mexica o azteca.

Creían los mexicas que la vida de todo hombre estaba constituida por tres fluidos vitales: el ‘tonalli’, localizado en la cabeza; el ‘teyolía’, cuyo centro está en el corazón y el ‘ihíyotl’, asentado en el hígado. Gracias a estos tres componentes la vida era posible y todos ellos eran imprescindibles y compartían la misma importancia.


Los antiguos nahuas pensaban que cuando un hombre moría, se producía la desintegración de los tres elementos vitales del cuerpo. La armonía estructural se volvía desarmónica al separarse estos tres elementos, y entonces se desarrollaba el acto de morir.

En la tradición indígena, una vez la muerte había separado los elementos vitales, el alma o ‘teyolía’ del difunto, tenía la posibilidad de ir a cuatro lugares, localizados más allá del mundo terrenal. A ellos se accedía, no por el buen o mal comportamiento que se había llevado en vida, sino por la forma de morir, por el grupo social al que se había pertenecido en vida.

Los niños de pecho, que no habían llegado a probar el maíz y por lo tanto, desconocían el significado de la actividad sexual, iban al morir a un lugar denominado, ‘Chichihualcuauhco’ o ‘Tonacuauhititlan’, en el que permanecían hasta que les era dado el momento de retornar a la tierra para vivir una segunda vida.

Las almas de los muertos que habían tenido una muerte común y corriente, llegaban al ‘Mictlán’. Aquí se albergaban los difuntos de poca importancia que no habían sido elegidos para integrarse a una divinidad o para convertirse en dioses. Cuando llegaban hacían entrega de todos los aperos que llevaban consigo para que fuesen destruidos. El camino del ‘Mictlán’ no era nada fácil, pues implicaba muchos peligros y dificultades.


Para que el tránsito al más allá pudiera efectuarse satisfactoriamente, los deudos del muerto estaban obligados a llevar a cabo ciertas ceremonias previas que propiciaran el viaje.

El ‘teyolía’, separado ya del cuerpo y antes de iniciar su viaje a una de las cuatro regiones, se quedaba en la tierra durante cuatro días. Transcurridos estos, el alma emprendía el camino.

Mientras tanto, al muerto se le dedicaban ofrendas especiales colocadas junto a las hogueras y cuyo fin era conducir el alma, puesto que, mediante el fuego, el ‘teyolía’ adquiría la fuerza capaz de llevar a aquella a su destino final. Después, los familiares procedían a decir ciertas oraciones de carácter sagrado.

Como el viaje al más allá era agobiante y agotador, debía prepararse el alma desde el instante mismo en que el futuro muerto empezaba a entrar en estado de agonía. Para ello, el agonizante consumía una bebida llamada ‘cuauhnextolli’, que daba fuerza al ‘teyolía’. Además se le proporcionaba un ajuar con utensilios y ropa necesarios para emprender el viaje a las regiones pertinentes. Si se trataba del ‘Tlatoani’ o jefe supremo, se sacrificaban varios de sus servidores para que los acompañaran en el viaje y lo atendieran tal y como estaba acostumbrado en vida.

Entre los mexicas existían dos tipos de ritos funerarios: la cremación y el entierro. Los muertos comunes se incineraban. Antes de ello, los vestían con sus mejores galas y los ataban en posición fetal; se les envolvía con varias telas y los amarraban con sogas hasta formar una especie de fardo funerario. En seguida, se adornaban con banderas de papel y con plumas, colocándose además una máscara esculpida y decorada con mosaicos. Cuando estaba preparado el cuerpo, se colocaba sobre una hoguera cuyo fuego alimentaban algunos ancianos. Al mismo tiempo, se efectuaban cantos funerarios llamados ‘micoacuicalt’.

Por su parte, el entierro, estaba reservado a todos aquellos que habían muerto por enfermedades relacionadas con el agua, a causa de un rayo, por lepra, gota o hidropesía. El enterramiento era para los altos funcionarios o los altos soberanos. El entierro era una forma de mostrar el nivel social y sacralizarlo.

Refranes

Por otra parte, como medio de expresión de la cultura popular, los refranes nos muestran que aunque la muerte es ineludible, la vida continúa:
*“El muerto a la sepultura y el vivo a la travesura”.
*“El muerto al pozo y el vivo al gozo”.
*“La muerte me pela los dientes”.
*“Al fin para morir nacimos”.
*“Ay muerte no te me acerques que estoy temblando de miedo”.
*“Al cabo, la muerte es flaca y no ha de poder conmigo”.
*“El que por gusto muere hasta la muerte le sabe”.
La música participa activamente de los ritos y celebraciones. La costumbre de tocar música es común en muchos de los estados de la república mexicana. Y entre los géneros que se tocan se distinguen las marchas fúnebres, los “misereres” las “valonas”, los “minutos”, los valses como el famoso “Dios nunca muere”, que además es el segundo himno de los zapotecos de Oaxaca.

La forma como ha convivido el mexicano con la muerte, le ha dado otro significado. “Que si no le tiene miedo, que si se burla de ella, que si se la come y la domina, que si lo reta”. Lo que sí es un hecho es que el mexicano ve la muerte como un símbolo milenario, dual, inseparable del concepto de la vida. Que rige nuestra existencia dentro de un misticismo materializado de una fiesta que no se pierde, que se mantiene a través del tiempo, como un elemento de cohesión y como parte esencial de nuestro ser.

Pan de Muerto

Estaba la calaca tecleando,
concentrada en su computadora,
cuando volteó a ver la pantalla
pero esta, nada reflejaba.
Ahhhh que calaca más babas,
es que todavía no la conectabas
y que si no fuera computadora,
a esta también te la echabas


Por todo esto...

¡¡¡ QUE VIVA LA MUERTE, QUE PARA MORIR NACIMOS !!!


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